Cuando muere,
nada de lo que estaba haciendo importa ya. Si estaba a punto de graduarse, a
punto de dar ese paso, ahorrando para viajar, si estaba decidido a confesarle
que le gusta putamente...nada. Cero.
La permanente (y
molesta) conciencia de esta idea me ha perseguido desde que aprendí el concepto
de morir; no sabría decir desde qué edad, pero presumo que al menos desde que
tenía seis años, que fue cuando me empezó a atormentar el concepto más horroroso
de todos: la eternidad.
No es que le
tenga miedo a la muerte, porque ante la idea de la eternidad, la transitoriedad
resulta de lo más reconfortante. Es algo más.
Es el desasosiego
de dedicar el tiempo con el que cuento preparándome para un evento que pueda no
llegar a ocurrir nunca. Y bueno, no es un inmediatismo acérrimo, está bien
prepararse si igualmente lo disfrutas, el problema es cuando implica
sacrificio, hacer cosas que detestas para obtener un bien (incierto) mayor.
Sin embargo, a
pesar de todo se filtran otras cosas, ¿sabe?
Uno tiene clara
su perspectiva, y repentinamente se descubre compitiendo estúpidamente en temas
laborales y contables; repentinamente se ve atormentado porque no ha hecho
suficiente, se pregunta por qué no se graduó más rápido, por qué no tiene X
años de experiencia, maestría, etc. Se siente que ya está muy viejo y no ha
logrado nada significativo. Lograr.
Lograr, ese es
otro concepto importante que da mucha lata en la cabeza. Tiene que ser hermoso
y aterrador lograr lo que uno se propone, ¿no?
Yo no he logrado
muchas cosas, me temo, aunque a pesar de todo tengo suerte. Si bien llegué
tarde a un montón de reparticiones hipotéticas, en la de las habilidades salí
muy bien librada. Comparándome, ya que estamos, tengo un conjunto de
habilidades que me hacen sobresalir, que me hacen desempeñarme muy bien y ser
muy funcional así en tenga la cabeza llena de caos y estupidez y voces que
susurran que mande todo a la mierda. Y funciona a pesar de todo, y funciona muy
bien.
Escribo esto
porque justo ahora me siento enfrascada en esa sensación de fracaso, y resulta
necesario recordarme cuáles son mis bases, recordarme lo que es importante.
No ha sido tan
malo este año; el universo, si puede decirse así, ha sido muy benevolente como
para venir a quejarme y patear la lonchera.
Estoy
simultáneamente tan llena de planes y de frustración que resulta necesario
darme una cachetada, decirme que no sea estúpida. Que no saco nada midiéndome
respecto a otras personas, pero que me ha ido bien, que lo he disfrutado, que,
incluso, tengo la fortuna de decir que he sido feliz.
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